La involució del PP
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La involución del PP
Lamentablemente podemos afirmar que el PP está inmerso en un profundo proceso de involución política. No es la primera vez que eso ocurre ya que, no hace tanto, a principios de los años 90, el PP decidió que quería gobernar España cuanto antes mejor, y consideró que todo valía, calumnia, mentira o conspiración, utilización contra el gobierno de la lucha contra el terrorismo, descalificación constante de jueces, fiscales y magistrados progresistas, guerra entre medios de comunicación, todo ello con un único objetivo, asegurar que José María Aznar llegase a la presidencia del gobierno, como desgraciadamente consiguió. Después de un primer mandato moderado, el segundo mandato de Aznar significó una significativa pérdida de calidad de nuestra democracia, un clima político presidido por la crispación, y un retroceso de las políticas sociales. En este contexto, la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero tuvo un inmediato efecto balsámico para el conjunto de la ciudadanía.
Pero la misma noche electoral del 14-M el PP decidió que las elecciones habían sido manipuladas, que nunca debieron haberlas perdido, y tomaron la decisión de no ahorrar ni crispación, ni manipulación ni medios para volver al poder cuanto antes mejor. Si bien la alternancia es inherente al propio sistema democrático, la búsqueda de un atajo oscuro basado en la negación del veredicto de las urnas es impropia de un partido democrático, es una línea que no puede ni ha de flanquearse. Pero el PP decidió cruzarla impulsado por el odio y el ánimo de venganza de Aznar, demostrado en la destilada bilis del vídeo de la Fundación FAES.
Esta involución política se ha agravado a lo largo de las últimas semanas, impulsada por el creciente poder de los sectores más radicales del PP inclinados hacia la extrema derecha y por la desesperación generada por la posibilidad de perder el gobierno de Galicia. El PP ha traspasado nuevamente una línea infranqueable al utilizar la lucha antiterrorista para erosionar al gobierno, acusándolo de “traicionar a los muertos negociando de manera oculta con ETA”. A esta infamia, se ha añadido la manipulación de sentimientos en clave anticatalanista utilizando como pretexto la decisión del gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero de devolver a sus legítimos propietarios los documentos incautados como botín de la Guerra Civil y depositados en Salamanca (operación de la que se ha desmarcado claramente el Partido Popular de Catalunya dirigido por Josep Piqué), y llamando a la movilización de los sectores más reaccionarios en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo, negando a este colectivo el reconocimiento de un derecho que no hace sino que afirmar la plena igualdad de todas las personas con independencia de su orientación sexual.
Aunque a estas alturas pocas cosas nos puedan sorprender, nos debería preocupar a todos, también a los sectores liberaldemocráticos del Partido Popular, la situación de crispación y fractura social generada por este tipo de actuaciones. Creo que Mariano Rajoy, con independencia del resultado definitivo de las elecciones gallegas, debería romper con esta estrategia, parando el peso creciente de Aznar y sus acólitos en la dirección del PP. Estoy convencido de que el veredicto ciudadano del 14 de marzo de 2004 tenía mucho que ver con un rechazo frontal a unas maneras de hacer, a una política basada en la descalificación, la manipulación y la crispación como la que ahora el PP está practicando nuevamente y que seguro que perjudica la tranquilidad, el debate democrático sereno y la búsqueda de soluciones concretas y acordadas a los problemas reales de la ciudadanía.
La involución del PP
Lamentablemente podemos afirmar que el PP está inmerso en un profundo proceso de involución política. No es la primera vez que eso ocurre ya que, no hace tanto, a principios de los años 90, el PP decidió que quería gobernar España cuanto antes mejor, y consideró que todo valía, calumnia, mentira o conspiración, utilización contra el gobierno de la lucha contra el terrorismo, descalificación constante de jueces, fiscales y magistrados progresistas, guerra entre medios de comunicación, todo ello con un único objetivo, asegurar que José María Aznar llegase a la presidencia del gobierno, como desgraciadamente consiguió. Después de un primer mandato moderado, el segundo mandato de Aznar significó una significativa pérdida de calidad de nuestra democracia, un clima político presidido por la crispación, y un retroceso de las políticas sociales. En este contexto, la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero tuvo un inmediato efecto balsámico para el conjunto de la ciudadanía.
Pero la misma noche electoral del 14-M el PP decidió que las elecciones habían sido manipuladas, que nunca debieron haberlas perdido, y tomaron la decisión de no ahorrar ni crispación, ni manipulación ni medios para volver al poder cuanto antes mejor. Si bien la alternancia es inherente al propio sistema democrático, la búsqueda de un atajo oscuro basado en la negación del veredicto de las urnas es impropia de un partido democrático, es una línea que no puede ni ha de flanquearse. Pero el PP decidió cruzarla impulsado por el odio y el ánimo de venganza de Aznar, demostrado en la destilada bilis del vídeo de la Fundación FAES.
Esta involución política se ha agravado a lo largo de las últimas semanas, impulsada por el creciente poder de los sectores más radicales del PP inclinados hacia la extrema derecha y por la desesperación generada por la posibilidad de perder el gobierno de Galicia. El PP ha traspasado nuevamente una línea infranqueable al utilizar la lucha antiterrorista para erosionar al gobierno, acusándolo de “traicionar a los muertos negociando de manera oculta con ETA”. A esta infamia, se ha añadido la manipulación de sentimientos en clave anticatalanista utilizando como pretexto la decisión del gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero de devolver a sus legítimos propietarios los documentos incautados como botín de la Guerra Civil y depositados en Salamanca (operación de la que se ha desmarcado claramente el Partido Popular de Catalunya dirigido por Josep Piqué), y llamando a la movilización de los sectores más reaccionarios en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo, negando a este colectivo el reconocimiento de un derecho que no hace sino que afirmar la plena igualdad de todas las personas con independencia de su orientación sexual.
Aunque a estas alturas pocas cosas nos puedan sorprender, nos debería preocupar a todos, también a los sectores liberaldemocráticos del Partido Popular, la situación de crispación y fractura social generada por este tipo de actuaciones. Creo que Mariano Rajoy, con independencia del resultado definitivo de las elecciones gallegas, debería romper con esta estrategia, parando el peso creciente de Aznar y sus acólitos en la dirección del PP. Estoy convencido de que el veredicto ciudadano del 14 de marzo de 2004 tenía mucho que ver con un rechazo frontal a unas maneras de hacer, a una política basada en la descalificación, la manipulación y la crispación como la que ahora el PP está practicando nuevamente y que seguro que perjudica la tranquilidad, el debate democrático sereno y la búsqueda de soluciones concretas y acordadas a los problemas reales de la ciudadanía.
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