ESCUDELLA BARREJADA
Artículo publicado en
El País,
el
9 de
febrero
de 2007
El
penúltimo día de enero Josep Ramoneda publicaba un artículo
en El País en el que utilizaba la metáfora de una “sopa
fría” para referirse a la imagen que proyecta el Govern
d’Entesa sobre la ciudadanía. La cosa venía a cuento pues,
según nos refería el propio Ramoneda, en un encuentro
reciente con el President Montilla, la tardanza en empezar a
cenar enfrió la sopa. Admitía Josep que tras una etapa de la
que salimos todos muy escaldados bien se agradecía una sopa
fría, aún advirtiéndonos de que tarde o temprano hará falta
algo más caliente.
Supongo que también podemos achacar a una política fría
alguna responsabilidad sobre la elevada abstención electoral
en las pasadas elecciones al Parlament. Lejos de
culpabilizar a los y las abstencionistas, conviene
reflexionar sobre las causas de la abstención. No tanto
sobre la ínfima abstención técnica ni sobre el libérrimo
afán de abstenerse, sino sobre aquellas causas que han
alejado a gentes diversas de la participación política por
falta de motivación suficiente, pero que podrían volver a
votar en el futuro si se les diesen motivos suficientes para
hacerlo. Y para ello la sopa no sólo debe estar caliente
sino que debe mejorar su sabor y adaptarse a nuevos gustos.
Porque, en efecto, los problemas de las sopas no son sólo
los relativos a la temperatura a la que se consumen. A veces
les falta sal, en otras ocasiones les sobra. A veces echa
uno de menos algunos tropezones, crujientes picatostes o el
placer de degustar texturas distintas en lugar de consumir
purés de sabor indeterminado.
En
Catalunya tenemos grandes tradiciones de sopa. Mi favorita
es la escudella barrejada. Buen caldo, pero con
verduras y carnes bien visibles y comestibles. Cada
tropezón con su personalidad, con su sabor, con su textura.
Juntos, revueltos, aportando todos su parte nutritiva
a la sopa, pero sabiendo qué se come y decidiendo incluso en
qué orden. Hasta el punto de poder renunciar a masticar la
gallina o la acelga aun aceptando, de buen gusto, su
aportación al conjunto. Partiendo, claro está, de un buen
caldo, fundamento imprescindible de una buena sopa.
Coincido con Raimon Obiols en que una buena política es una
“política de sentido”, es decir, una política que
proporcione una lógica explicativa a lo que se hace, que
señale un objetivo a alcanzar y dibuje un camino de reformas
para conseguirlo. Creo, en efecto, que la desafección
política se combate con más política, con mejor política,
huyendo de discursos huecos y de actitudes más propias del
avestruz que esconde la cabeza ante contratiempos, novedades
o acontecimientos inesperados.
Debemos reconocer que los partidos políticos tienden a veces
al puré indeterminado. Intentando gustar a todo el mundo,
producen en algunos momentos mezclas insípidas y uniformes
en las que es difícil encontrar el gusto de lo auténtico y
lo diverso. Como también es cierto que en determinados
momentos se producen sonadas excepciones. Las primarias del
PSOE sobre el candidato a la presidencia del Gobierno que
ganó Josep Borrell representaron el momento más estimulante
y más dinámico en la vida partidaria del conjunto de las
fuerzas políticas en los últimos diez años. Lo hemos vuelto
a ver ahora con el proceso de primarias para la elección de
Ségolène Royal como candidata de los socialistas franceses y
el amplio debate participativo que ha abierto. De estas y
otras experiencias concretas se deduce una conclusión
rotunda: más participación y más debate político favorecen
la conexión entre la política y la ciudadanía y reconcilian
a los electores con los partidos.
El
puré uniformador de la política hueca ha desorientado
también a veces a la izquierda, pues cuando la izquierda se
limita a una mera gestión administrativa, abandona la tarea
de gobernar en el sentido profundo de la expresión y se
aleja de la energía que la alimenta: utopía, debate y
participación. Esos son los ingredientes de una política
caliente. Ulrick Beck en su defensa de una “izquierda
cosmopolita” dice que “la izquierda que vive encerrada en su
ciudadela”, sea desde el proteccionismo del Estado o desde
su réplica reformadora liberal, no ha comprendido que “la
renuncia abierta a la utopía es un cheque en blanco al
abandono de la política por parte de la propia política.
Sólo quien es capaz de entusiasmarse, gana apoyos y
conquista el poder”. Y de eso se trata. De vertebrar una
mayoría social para impulsar reformas que, guiadas por los
valores que inspiran nuestro proyecto, sirvan para construir
una sociedad más justa.
El
PSC ha desarrollado desde 1978 un proyecto exitoso. No sólo
consiguió la unidad socialista sino que se convirtió en el
primer partido catalán de izquierdas. Y lo hizo precisamente
partiendo de unos principios meridianamente claros: unidad
civil, atajando de raíz los intentos de dividir a los
catalanes en función de su lugar de nacimiento o lengua
materna; catalanismo, federalismo y justicia social. El
President Montilla, al proponer un ambicioso programa de
catalanismo social, no ha hecho sino actualizar y abrir al
futuro el proyecto fundacional del PSC. El acierto de
nuestras propuestas nos hizo mayoritarios a nivel municipal
y ha acabado por llevarnos a ser la fuerza mayoritaria del
gobierno de Cataluña en las últimas dos legislaturas.
Nuestro proyecto federal ha supuesto un impulso decisivo al
autogobierno de Cataluña en las determinantes citas de la
Constitución de 1978, el Estatut de 1979 y el Estatut de
2006, y ha sido una contribución fundamental a las etapas de
gobierno progresista en España en los períodos 1982-1996 y
de 2004 hasta hoy.
La
permanente vigencia del proyecto del PSC ha requerido un
esfuerzo constante de renovación. Y si se reflexiona sobre
nuestra reciente evolución electoral, ese esfuerzo de
renovación debe mantenerse e incrementarse pues en
democracia los proyectos políticos no viven de la sopa boba.
Los
socialistas catalanes estamos comprometidos a reflexionar a
fondo sobre nuestro proyecto, nuestras propuestas, y también
sobre la necesidad de ampliarlo a más gente, a nuevos
protagonistas. Se trata de modernizar nuestro discurso,
agenda y lenguaje. De repensar nuestro relato político, que
ha de ser capaz de proporcionar claves para entender lo que
pasa, para señalar los objetivos sociales que queremos
alcanzar y las reformas necesarias para conseguirlos. Un
relato inteligible capaz de proponer un horizonte
ilusionante.
Se
trata de hablar de nuestra organización, de hacerla más
abierta, más acogedora, más participativa, más eficaz. De
reflexionar sobre nuestros instrumentos para hacer política,
sobre cómo mejorar nuestra capacidad para conectar con la
sociedad, con el electorado socialista más tradicional
–atendiendo también a su evolución-, con los jóvenes y con
los sectores más dinámicos. No se trata sólo de “caras
nuevas”. Se trata de practicar una política de proximidad,
capaz de escuchar, entender y atender la evolución de la
sociedad. Capaz de impulsar el progreso económico, la
justicia social, la libertad y la responsabilidad
individual, la paridad y la sostenibilidad. Consciente de
que gobernar no es sólo administrar o gestionar. Capaz de
gobernar para cambiar las cosas y de gobernar los cambios.
Capaz de ganar elecciones, pero también de ganar la batalla
de las ideas, el combate cultural, capaz de movilizar
amplias mayorías ciudadanas para impulsar reformas en
profundidad.
Debemos acertar en los temas que han de centrar la agenda
política, los de las preocupaciones ciudadanas, pero hemos
de ser capaces también de anticipar los problemas de un
futuro que ya está aquí. Desarrollando una política que,
tejiendo una amplia complicidad social, aborde con valentía
los retos calientes a los que nos enfrentamos: precariedad
social, calidad del empleo, inmigración, vivienda,
emancipación juvenil, calidad de los servicios públicos,
fractura digital, demografía, competitividad en el mercado
global, innovación tecnológica y formación.
Sólo
quien es capaz de cambiar será capaz de dirigir los cambios.
Y por ello debemos actualizar y renovar el proyecto que nos
ha hecho llegar hasta aquí, el proyecto que nos ha hecho
mayoritarios y, sobre todo, útiles a la sociedad catalana, a
los trabajadores y a las clases populares de nuestro país.
Estoy convencido de que somos capaces de hacerlo y de que
así, sólo así, no se enfriará la sopa.
Miquel Iceta Llorens
Viceprimer secretario y portavoz del PSC
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