CATALANISMO EXIGENTE
Artículo publicado en
La Vanguardia,
el
16 de
marzo
de 2007
El
síndrome del català emprenyat, en feliz expresión de
Enric Juliana, no debiera definir la política catalana.
Aunque no falten motivos para el enfado o la decepción,
Catalunya no puede caer en el derrotismo ni en la
melancolía. Y menos aún quienes pretenden dirigirla. A los
políticos se nos paga para que resolvamos problemas, no para
instalarnos en un inútil lamento, ni para que esquivemos
nuestras responsabilidades, ni para obtener réditos
partidistas de los conflictos.
A tal
efecto, resulta ilustrativo ver cómo se sitúan frente a una
Sentencia del Tribunal Constitucional que pudiese limitar
las posibilidades de autogobierno que se abren con el nuevo
Estatuto de Autonomía, quienes pretenden disputarse las
esencias del catalanismo, olvidando que no monopolizan dicho
espacio. Mientras CiU se lleva las manos a la cabeza
augurando los peores horrores, sin proporcionar pista alguna
sobre qué debiera hacerse en ese supuesto; ERC, llevando el
agua a su molino, afirma que quedaría abierta la vía al
soberanismo independentista. Estoy convencido de que ninguna
de estas dos opciones constituye una buena defensa de los
intereses de los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya. Como
tampoco lo sería resignarse y no hacer nada.
El
mejor catalanismo jamás se dejó llevar por la melancolía, el
victimismo o la huida hacia adelante. El pueblo de Catalunya
siempre ha sabido hacer frente a la adversidad, incluso en
los peores momentos. En democracia no imagino escenario
alguno capaz de derrotar a un país que no permitió que los
40 años de dictadura franquista aniquilaran su lengua y su
cultura. Pero para ello hace falta un catalanismo
comprometido y exigente. Exigente en primer lugar con
nosotros mismos, con nuestras instituciones, con el gobierno
de Catalunya. Y exigente también con los demás, a empezar
por el gobierno de España.
La
Sentencia del Tribunal Constitucional, sea cual sea, deberá
ser acatada, pues sólo algún insensato puede defender que en
tal supuesto deba abrirse una crisis institucional de
carácter secesionista. No creo que la inmensa mayoría de los
ciudadanos y ciudadanas de Catalunya lo quieran. Las leyes
están para cumplirlas y las sentencias de los tribunales
para acatarlas. Y ello no implica dejar de luchar por
aquellos objetivos de mayor autogobierno que pudieran haber
quedado orillados. Es decir, tras la Sentencia, sea cual
sea, se deberá seguir haciendo política, acertando en la
fijación de nuevos objetivos, en los mecanismos para
alcanzarlos y en las necesarias alianzas internas y externas
para conseguirlos.
En un
mundo de soberanías compartidas e interdependencias
crecientes, no es razonable pensar en un futuro de Catalunya
sin o contra España. En todo caso, quienes quieran desertar
del combate por una España plural deberían explicar cuál es
su objetivo final y cómo y con quienes pretenden
conseguirlo. Y ahí no valen discursos retóricos vacíos de
contenido. ¡Ya vimos cuánto le duró a Artur Mas su exigencia
irrenunciable al derecho de autodeterminación! El
catalanismo ha sido siempre consciente de que la consecución
de sus objetivos implicaba tener una propuesta clara en el
escenario español y europeo. Y para ello hay que actuar con
firmeza, sentido histórico, que es también sentido de la
realidad, y tenacidad. Y siendo conscientes, aunque algunos
dirigentes de CiU parezcan olvidarlo cuando les conviene, de
que PP y PSOE no son ni representan lo mismo.
El
proyecto del catalanismo social es la mejor garantía para el
progreso económico, la justicia social y el avance del
autogobierno de Catalunya. Y ello implica seguir luchando
por la España plural o federal. No negaré legitimidad
catalanista a los proyectos políticos que renuncien a ese
objetivo, pero sí creo que, hoy por hoy, serían incapaces de
señalar un objetivo nacional ambicioso, ampliamente
compartido, que evite tanto la melancolía como el
aventurerismo.
Un
objetivo ambicioso que pasa por una mayor eficacia en cuanto
se refiere a la gestión de los recursos y competencias de
los que ya dispone la Generalitat, sin menospreciar futuras
mejoras de nuestro autogobierno. Un objetivo compartido por
una amplia mayoría ciudadana que acoge diversos grados de
identificación nacional y que comparte el objetivo de
fomentar la lengua catalana, pero que no cree que para ello
deba considerarse a la lengua castellana como forastera ni
como rival a batir.
Como
dice Antoni Puigverd, no parece que el perpetuo estado de
mal humor y de gastritis sentimental sea una buena receta
identitaria y un buen panorama de futuro. Por mi parte
desconfío del catalanismo que alterna depresión y euforia, y
apuesto por el rigor, el trabajo y la honestidad que son hoy
la continuidad, el seny, la mesura y la ironía que
según Ferrater Mora definen la esencia de la vida catalana.
Este es el catalanismo exigente que mejor puede servir a
nuestros conciudadanos y a nuestro país.
Miquel Iceta Llorens
Viceprimer secretario y portavoz del PSC
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