El ex senador Sala ingresa en la cárcel por el 'caso Filesa'
reclamando "justicia, no perdón"
LUIS MAURI, Barcelona
El cerrojo de la cárcel chascó ayer tras los pasos del ex senador
socialista Josep Maria Sala, la ex coordinadora de finanzas del PSOE
Aida Alvarez, y el compañero de ésta, Miguel Molledo. Con Alberto
Flores, que había ingresado en prisión siete días antes, ya son cuatro
los condenados por el caso Filesa que están cautivos. Otros dos, el ex
diputado Carlos Navarro y Luis Oliveró, consiguieron ayer del juez un
plazo de 48 horas para incorporarse a la penitenciaría.
&laqno;No quiero perdón, sino justicia», proclamó Sala al ingresar, a las
cinco menos cuarto de la tarde, en la cárcel barcelonesa de Can Brians.
&laqno;Si querían una foto, aquí la tienen: la foto de un inocente que ingresa
en prisión», declaró el ex senador ante el penal.
Josep Maria Sala llegó con puntualidad británica, a las 16.30, a su
cita con los periodistas frente a las rejas de Can Brians. El ex
senador y ex hombre fuerte del PSC no quería que una entrada discreta
y sigilosa en la cárcel pudiera ser interpretada como síntoma de
vergüenza o de culpabilidad. Así que decidió iniciar esta nueva etapa
de su vida desde las pantallas de televisión.
Sala llegó a la explanada de acceso a la prisión arropado por un
silencioso y cariacontecido grupo de parlamentarios, sindicalistas,
alcaldes y capitanes socialistas, 32 en total, entre los que formaban
sus amigos más fieles, pero ninguno de los principales líderes del
socialismo catalán. Sí estaba Jordi Font, un notorio seguidor de
Raimon Obiols, a quien Sala descabalgó de la cúspide del partido en
1996, después de varios años de disputas viscerales.
El grupo se situó bajo un olivo, pausadamente, con todo el tiempo
necesario para que los fotógrafos y los camarógrafos pudieran
colocarse y lograr los encuadres adecuados. Nada menos que un olivo,
el símbolo de la coalición de centro-izquierda italiana, tan invocado
en los últimos tiempos por la izquierda catalana.
Y allí, bajo el olivo, Sala, condenado a tres años, reiteró, primero
en catalán y después en castellano, su declaración de inocencia e
insistió en considerarse víctima de un &laqno;grave error judicial». El
político socialista afirmó que todos los partidos se han financiado de
forma irregular y destacó que todos han recibido un trato distinto del
que recibe el PSOE. &laqno;Pero en mi caso», agregó, &laqno;la injusticia es aún
mayor porque se me condena por delitos que no he cometido».
&laqno;Si querían una foto, ya la tienen: la foto de un inocente que ingresa
en prisión», prosiguió en un implícita pero no menos contundente
alusión al Partido Popular, acusador particular en el caso Filesa.
&laqno;Pero que no se engañen: esta foto no es una victoria de los que la
han buscado; es el anuncio de su derrota». Sala aún reiteró por qué no
ha pedido el indulto: &laqno;No quiero perdón, sino justicia».
El grupo que escoltaba a Sala había escuchado esas mismas palabras
poco antes, en un almuerzo de despedida celebrado en un restaurante
situado a 800 metros de la prisión. Fue la última comida en libertad
del convicto: entremeses, sopa de pescado, carne, helado, agua, vino,
cava, café y lágrimas de muchos comensales.
Acabada la declaración, Sala encaró la reja y anduvo los 20 metros que
le separaban de la entrada seguido en silencio por sus compañeros. Por
un momento, sólo se oían las ráfagas de los fotógrafos. Las lágrimas
en las mejillas de algunos socialistas no hacían ruido. Tampoco los
labios apretados de otros para contener el nudo en la garganta.
Al cruzar Sala la puerta, entonces ya únicamente acompañado por sus
abogados y el senador Joan Oliart, especialista del PSC en política
penitenciaria, el corro inició una ovación que al punto fue cortada
por los organizadores principales.
Sala y sus compañeros más allegados, como Josep Montilla, Miquel Iceta
(ambos miembros de la ejecutiva del PSC) y José Zaragoza, habían
preparado con precisión milimétrica el acto de entrada en la cárcel.
Habían impartido órdenes tajantes para cortar de raíz algunas
propuestas de acudir en masa a despedir a Sala. Querían una ceremonia
sobria, puntual, con todas las facilidades a la prensa, que incluso
dispuso de copias bilingües de la declaración y de la lista de
asistentes.
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