Suspensión de la condena del exsenador

Sala, Filesa y los que están libres

 

Por Navidad no estarán todos los condenados de Filesa en

casa, pero sí el exsenador y exdiputado en el Parlament Josep

Maria Sala. Ayer salió de la cárcel después de que pocas

horas antes le fuese comunicada la suspensión temporal de la

sentencia por el Tribunal Constitucional.

 

Esta decisión, que llega después de que el Tribunal Supremo

no quisiese o no se atreviese a dar ese mismo paso, es

razonable. Responde a un doble dato: a que por la levedad de

la pena --tres años-- y por el tiempo que exige la

tramitación del recurso de amparo presentado, Sala podría

consumir en la cárcel el tiempo de su sentencia y enterarse

después de que la sanción cumplida era abusiva e

improcedente.

 

Como se recordará, el Supremo ha sido la única instancia que

ha juzgado a Sala, de modo que éste no ha tenido derecho a la

tradicional posibilidad de apelar formalmente a una instancia

superior a la que ha dictado el veredicto condenatorio. El

Tribunal Constitucional no tiene esas características

respecto al Supremo, aunque, en cambio, está en situación de

determinar si la decisión de cualquier instancia jurídica se

ajusta o no a la doctrina que emana de la Carta Magna. Eso es

lo que hará, pues ya ha aceptado a trámite el procedimiento,

aunque tardará bastante tiempo en dictar su opinión. Por eso

ha procedido ahora a la suspensión provisional del

encarcelamiento.

 

Los condenados por el caso Filesa presentaron recurso al

Tribunal Constitucional contra la negativa del Supremo a

suspender la ejecución de la sentencia hasta que se

confirmase la condena. El Supremo había ordenado de manera

poco lógica y con un celo infrecuente la inmediata ejecución

de la sentencia. Si alguien tenía ganas de ver la foto de un

senador socialista entrando en la cárcel quedó satisfecho,

aunque la extremada dignidad con que Josep Maria Sala llegó

voluntariamente a Can Brians, pese a discrepar de la medida,

llamó la atención de la mayor parte de la gente decente de

este país.

 

Ahora que Sala está en casa, vale la pena recordar que no

está nada claro que su encarcelación respondiese a una

lectura seria y con sentido común de la justicia, máxime

cuando su sentencia tenía dos lunares muy inquietantes. Se le

condenó a partir de una prueba --una firma en un documento--

inexistente, y se le dictó cárcel con una tipificación

--asociación ilicita-- que nunca había sido interpretada por

nuestros tribunales de la forma como ahora, en este tiempo en

que la justicia española tiene apellidos del tipo de Mariscal

de Gante, Cardenal y Fungairiño, se ha aplicado a este

dirigente socialista. En este sentido, el Tribunal

Constitucional nos ahorra, como país, la posibilidad de un

enorme escándalo judicial si al final se aceptan las razones

de Sala.

 

Pero hay algo más. Creemos que el mismo tribunal debe

extender la suspensión de la condena a los demás encarcelados

por Filesa, aunque por razones distintas. Ellos tienen

sentencias inapelables y sólo pueden aspirar al indulto (Sala

se negó a pedirlo para que nadie pudiese creer que reconocía

su culpabilidad en los hechos que le han sido imputados). En

un asunto como el de la financiación ilícita de los partidos

políticos, que salpica a todas las formaciones y de la cual

se han escapado gracias a cuestiones procedimentales y

simplemente formales quienes han sido sorprendidos en ello

perteneciendo a partidos que no fuesen el PSOE, el gesto de

la condena ya simboliza por sí solo y de manera suficiente

que esas prácticas eran inaceptables. No es necesario --a

efectos de lección para los demás, o por el peligro social

que comportan las personas concretas encarceladas o para que

aprendan modales y se rehabiliten-- que los otros implicados

tengan que seguir en sus celdas mientras los secretarios

generales y los responsables de finanzas de todos los

partidos están en sus casas o en la presidencia del Gobierno.

 

Basta de hipocresía. Para la sociedad, lo de menos es que

estos condenados estén dentro o fuera. Lo que importa es que

se tramite de una vez una ley que permita una financiación

transparente de los partidos. Ellos, durante los años de

espera de la sentencia, ya han pagado humanamente un precio

alto. Estaría bien que quedase en suspenso su condena hasta

que el conjunto de las fuerzas políticas resuelva de una

forma decorosa y seria el problema cuando se apruebe la ley

pendiente.

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