¿ES EL FEDERALISMO COSA DE INGENUOS?
Artículo publicado en
El País,
el
6 de
diciembre
de 2004
Los federalistas somos para muchos un incordio que
requiere grandes dosis de paciencia, y para no pocos
somos el peor adversario de los tópicos en los que
asientan sus ideas. Eso explica, entre otras cosas, que
el president Maragall sea criticado por su asistencia a
la celebración del 12 de octubre en Madrid y, en sentido
opuesto, sea denostado por su asistencia a la final del
Mundial B que ganó la selección catalana de hockey en
Macao. Por cierto, quienes le criticaban por su
presencia en Macao tampoco se distinguieron por
reconocer la significación de su presencia en Madrid el
día de la Fiesta Nacional de España.
Vamos al fondo de la cuestión. ¿Por qué el federalismo
incomoda tanto a los nacionalistas catalanes como a los
nacionalistas españoles? ¿Por qué unos nos ven como
traidores y otros como 'botiflers'? Parece evidente que
nuestra "traición" consiste en estar convencidos de que
ni Cataluña ni España son identidades nacionales
homogéneas, y de que dos o más naciones pueden convivir
fraternalmente en un mismo Estado. Para un nacionalista,
a una nación corresponde un Estado y a un Estado
corresponde una sola nación, y toda nación debe procurar
obsesivamente su homogeneidad interna. Sólo hay que ver
cómo fruncen el ceño unos y otros cuando escuchan que
España es una nación de naciones. O que Cataluña es una
nación que comparte Estado con otras naciones y
comunidades autónomas.
Federalismo viene de pacto. Y es precisamente ese
concepto de pacto el que incomoda a los nacionalistas.
¿Se pueden pactar temas tan sensibles como el de las
banderas, los himnos, los símbolos, las lenguas o las
selecciones deportivas? Nosotros estamos convencidos de
que sí. Los nacionalistas no sólo están convencidos de
lo contrario, sino que se alimentan del conflicto y
consideran traidores a quienes están dispuestos a
explorar el difícil camino del acuerdo. Olvidando que,
por difícil que sea el camino del acuerdo, la vía del
conflicto sólo conduce al desastre.
Como señalaba acertadamente hace días un editorial del
diario EL PAÍS: "Tan malo es hacer política sólo con los
sentimientos como ignorarlos. Cuando ocurre una de las
dos cosas el conflicto es probable, y requiere de gran
sabiduría intentar resolverlo sin provocar males
mayores".
El federalismo es unión y libertad, una filosofía
política de fraternidad que se propone evitar el
enfrentamiento entre sentimientos nacionales de distinto
signo, la estéril discusión sobre soberanías originarias
y una confrontación identitaria excluyente, para poder
alcanzar un acuerdo político-institucional que haga
posible el respeto y la lealtad recíprocas. El
federalismo es una guía de soluciones prácticas a los
problemas planteados por estructuras políticas
complejas, especialmente las integradas por diversas
realidades nacionales, y un conjunto de mecanismos para
poner en práctica el principio de subsidiariedad.
Así, los federalistas pretendemos alcanzar un gran
acuerdo que resuelva el encaje de Cataluña en España a
través de la aprobación de un nuevo Estatut, de la
introducción de reformas institucionales que permitan
mejorar significativamente el funcionamiento del Estado
de las Autonomías y que aseguren el reconocimiento del
carácter plurinacional de España, y de la participación
de la Generalitat en las instituciones europeas.
Si somos capaces de apartar la hojarasca de los falsos
debates nominalistas que suelen ocuparnos en demasía,
dos son las cuestiones principales a resolver mediante
ese acuerdo: la consideración de Cataluña como sujeto
político y un nuevo sistema de financiación.
¿Qué implica la consideración de Cataluña como sujeto
político? Reconocer que la aspiración de la nación
catalana al autogobierno no se funda sólo en textos
legales, sino que responde a una voluntad afirmada
continuadamente a lo largo de la historia; contribuir al
fomento y la unidad de su lengua propia; respetar sin
cortapisas el ejercicio de las competencias que ya tiene
reconocidas y de aquellas que deban añadirse ahora fruto
de la experiencia acumulada o de la aparición de nuevas
necesidades; hacer posible su participación en las
instituciones europeas; considerar a la Generalitat como
institución del Estado, e impulsar mecanismos de
participación y codecisión como un Senado federal, en
los que las cuestiones forales, lingüísticas, culturales
o correspondientes al Derecho civil propio deban contar
necesariamente con el acuerdo de las comunidades
autónomas directamente afectadas. Y eso no constituye
privilegio alguno, es simplemente reconocer una realidad
plurinacional, la realidad de España.
La ciudadanía de Cataluña no quiere ver limitada su
ambición nacional a la gestión de sus intereses en el
marco de sus competencias y de su territorio, no sólo
quiere ser considerada protagonista de su presente y de
su futuro, sino que quiere sentirse y quiere ser
reconocida como copartícipe del proyecto español
definido entre todos y participar activamente en la gran
aventura europea.
La segunda gran cuestión es la revisión a fondo del
sistema de financiación autonómica. Nuestro
planteamiento en este sentido es claro: la ciudadanía de
Cataluña quiere decidir sobre el destino de los recursos
que genera, sufragando la parte que le corresponda de
los gastos generales del Estado y manteniendo una
aportación solidaria de recursos a las comunidades
autónomas menos desarrolladas. A partir de estos
principios, difícilmente rechazables, debemos encontrar
una fórmula satisfactoria para todos, una fórmula
solidaria que asegure a Cataluña los recursos para
mantenerse como locomotora de España y que asegure su
competitividad en la economía globalizada del siglo XXI.
Resolver adecuadamente y de forma acordada estas dos
grandes cuestiones es imprescindible para garantizar la
estabilidad de nuestro marco institucional en los
próximos años. Quienes queremos hacer reformas en la
casa de todos para hacerla más habitable y duradera
debiéramos ser atendidos. Se evitaría así un fracaso que
nos condenaría a los federalistas al limbo de los
ingenuos, y que alentaría el presunto realismo de
quienes quieren abandonar la casa común en cuanto
puedan.
Miquel Iceta Llorens
Viceprimer Secretario del PSC
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