VOLVER A EMPEZAR
Artículo publicado el 21 de
diciembre de 2000 en la edición catalana del diario El
País
Los ciudadanos quieren que
acabemos con el terrorismo cuanto antes. Reclaman, en
primer lugar, eficacia. Política y policial. Reclaman que
haya una estrategia común de los demócratas frente al
terrorismo, porque la división de los demócratas sólo
beneficia a los violentos. Y muchos ciudadanos creen
también que la paz llegará como último eslabón de un largo
proceso, a través de un diálogo con quienes causan el
dolor que nos aflige. Un diálogo que sólo puede producirse
a partir de que los terroristas y quienes les amparan
renuncien definitivamente a la violencia.
Estas
premisas fueron las que hicieron posibles los pactos de
Madrid, Ajuria Enea y Pamplona. Y hoy se añoran esos
tiempos de unidad democrática frente al terrorismo etarra
que, aún causando mucho dolor, era incapaz de sumirnos en
el desánimo. Hoy el terrorismo no es más fuerte que
entonces aunque siga matando, pero el desánimo social es
mayor. Y el motivo no es otro que la división y la
ausencia de diálogo entre los demócratas.
Muchos factores debilitaron esos añorados pactos hasta
llegar a finiquitarlos. Citaré sólo algunos: los relativos
a los crímenes del GAL, tanto por haberse producido como
por ser utilizados años después como factor de erosión del
gobierno; o, en otro orden de cosas, el abandono por parte
del PP del principio de reinserción de los terroristas que
abandonasen la violencia al reclamar el "cumplimiento
íntegro de las penas". O aquellas declaraciones de Aznar
tras el asesinato de Francisco Tomás y Valiente, diciendo
que las manifestaciones de repulsa iban contra ETA pero
también contra el gobierno.
Pero
la puntilla a Ajuria Enea la pusieron EA y PNV en Lizarra.
Buscando un atajo para incorporar a HB-EH a las
instituciones vascas y configurar en ellas un frente
nacionalista, se suscribió un pacto que tenía como premisa
la voluntad de sus firmantes de marginar a las fuerzas no
nacionalistas de la construcción del futuro de Euskadi.
Ése era el precio de la tregua. Y, como la propia ETA
afirmó al volver a matar, para los terroristas el acuerdo
de Lizarra sirvió al objetivo de justificar sus acciones
violentas, pasadas y futuras.
Espoleado por un discurso fuertemente unitarista y la
acusación a todos los demás partidos de carecer de
"proyecto nacional para España", el PP orientaba la lucha
antiterrorista desde la premisa de que sólo una derrota
política de los nacionalistas vascos allanaría el camino
hacia la derrota de los violentos.
El
asesinato de Ernest Lluch y el clamor popular a favor del
diálogo entre los demócratas propiciaron un nuevo clima.
Había que volver a empezar, a sabiendas de que muchas
cosas habían cambiado. Y el primer paso, fundamental
aunque insuficiente, era un pacto PP-PSOE que hasta hace
pocas semanas era considerado innecesario por el propio
Aznar y, más tarde, era supeditado por Arenas a un acuerdo
post-electoral en el País Vasco para desalojar a los
nacionalistas del gobierno. El acuerdo finalmente se ha
producido sin supeditación a pacto post-electoral alguno.
Y es un acuerdo abierto a todos los que condenan sin
paliativos la violencia.
Lamentablemente, no se dan aún las condiciones para un
acuerdo político de fondo con los nacionalistas vascos
demócratas. El obstáculo no es otro que Lizarra. Muchos de
los que critican el acuerdo PP-PSOE se centran
precisamente en su preámbulo. Sin necesidad de defender su
literalidad, comparto plenamente la idea de que ni PP ni
PSOE pueden llegar a acuerdo político alguno en Euskadi
con un Partido Nacionalista Vasco y una Eusko Alkartasuna
anclados en Lizarra. Abandonar Lizarra es abandonar la
idea de que el futuro del País Vasco se puede construir
sin los no nacionalistas. Abandonar Lizarra es abandonar
la idea de que se puede dialogar con los violentos sin que
éstos abandonen previa y definitivamente la violencia.
Ése
es el compromiso adquirido entre PP y PSOE, y a ambos
partidos obliga. La política de defensa de las libertades
y de lucha contra el terrorismo viene definida por los 10
puntos del acuerdo que concitan un consenso más amplio.
Los
10 puntos del acuerdo precisan una política que todos los
demócratas debieran compartir. El acuerdo implica un
compromiso de trabajar para que desaparezca cualquier
intento de legitimación política de la violencia,
afirmando también que de la violencia terrorista no se
extraerá, en ningún caso, ventaja o rédito político
alguno. Recupera el compromiso de reinserción de aquellos
que abandonen la organización terrorista y muestren
actitudes inequívocas de arrepentimiento y voluntad de
resocialización tal y como establece la Constitución.
Cierra el paso a reformas penales injustificadas, y
apuesta por el diálogo entre los representantes legítimos
de los ciudadanos, en el marco y con las reglas previstas
en la Constitución y Estatuto y, desde luego, sin la
presión de la violencia.
Contra lo que se ha dicho, el acuerdo no exige a los
nacionalistas que dejen de serlo, ni excluye a quienes
cuestionan la Constitución y los Estatutos de Autonomía,
ya que en su punto tercero se admite la legitimidad de
cualquier proyecto político, incluso aquellos que
pretenden revisar el propio marco institucional, siempre
que respeten las reglas y los procedimientos en él
establecidos.
Así,
este acuerdo es un primer paso imprescindible. A partir de
aquí, debemos ser capaces de desarrollarlo, y de abrir el
diálogo y extender el acuerdo a todos los demócratas. Por
ello pedimos a los nacionalistas que sigan el consejo de
José Luis Rodríguez Zapatero: que lean con detenimiento
los 10 puntos del acuerdo, que reflexionen sobre su
responsabilidad en la construcción colectiva de la paz,
que hagan aportaciones positivas, que seamos capaces entre
todos de dar continuidad al clamor ciudadano a favor del
diálogo, la libertad y la paz.
Miquel Iceta i Llorens,
Portavoz del PSC
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